Doy un paso para ver
si el mundo sigue ahí
y puedo
elegir volver
dos pasos para atrás
dejar de respirar
ya ves
no somos nada,
más que aire
más que fuego
más que aire
Y sólo busco arder
y sólo busco arder
Soy el salto
y también,
el suelo al que vendré,
después,
a reencontrarme
no ves,
que soplo en espiral
que soplo mucho más que aire
más que fuego
más que aire
Salgo al ruedo y esta vez
el mundo no está ahí
para seguir andando
no ves, que queda nada más que aire
más que fuego
más que aire
Y sólo busco arder
y sólo busco arder
miércoles, 30 de abril de 2008
viernes, 25 de abril de 2008
Antes del Origen
Llegué a Sta Cruz queriendo ver todo con doble significado, el concreto y simple, por un lado, encubriendo al otro, el verdadero, el guiño que me hacía la vida diciéndome: ves? sólo había que irse, viajar un poco y volvés a encontrar el sentido. Este señor que te está llevando del aeropuerto al hotel te está diciendo algo más que lo que dice, no ves? esa luz de atardecer, la música que va escuchando, no ves que hay algo más? Pero no, no veía algo más, ni siquiera en la habitación del hotel barato que elegí , ni en la ciudad llena de “Cambas” racistas, ni en el pueblo al que huí para no ver la Navidad y terminé sin poder dormir en toda la noche por la música que arruinaba el silencio.
Tuve miedo de perder completamente las ganas de cualquier cosa, tantos kilómetros y tanta soledad al pedo; nada afuera, nada adentro.
Sólo me quedaba esperar a que llegue Vero y ver si mi malestar era puro y llano aburrimiento o una enfermedad que ya no me dejaría vivir en paz.
El 31 de Diciembre me levanté 7:30 am para ir hasta Sta. Cruz a buscarla, hacía un lindo frío matinal que me hizo revivir y hasta creí que todo se debía a que nunca me levantaba a esas horas de la madrugada.
Finalmente el lindo frío matinal se transformó en infierno al mediodía, y yo seguía esperando alguna noticia de la llegada de Vero, 100 vueltas a la plaza ,60 páginas de libro y 20 visitas a mi casilla de mail después tengo un horario aproximado para ir a buscarla a la Terminal: 6 de la tarde.
Tuve miedo de perder completamente las ganas de cualquier cosa, tantos kilómetros y tanta soledad al pedo; nada afuera, nada adentro.
Sólo me quedaba esperar a que llegue Vero y ver si mi malestar era puro y llano aburrimiento o una enfermedad que ya no me dejaría vivir en paz.
El 31 de Diciembre me levanté 7:30 am para ir hasta Sta. Cruz a buscarla, hacía un lindo frío matinal que me hizo revivir y hasta creí que todo se debía a que nunca me levantaba a esas horas de la madrugada.
Finalmente el lindo frío matinal se transformó en infierno al mediodía, y yo seguía esperando alguna noticia de la llegada de Vero, 100 vueltas a la plaza ,60 páginas de libro y 20 visitas a mi casilla de mail después tengo un horario aproximado para ir a buscarla a la Terminal: 6 de la tarde.
miércoles, 23 de abril de 2008
Teoría sobre el origen I
Según Marilina Linda-Linda nació el 1ro de Enero del 2007. Son las cuatro o cinco de una tarde samaipatense en pleno festejo del año que se venía. Autoparlantes en la calle a puro regetón, borrachines en todas las esquinas, niños, petardos, y gente vestida de domingo yendo de acá para allá con bebidas y comida. Desde la noche anterior, la fiesta seguía de largo.
Yo había pisado territorio boliviano un día antes, después de haberle hecho comer las uñas a Marilina durante seis horas en la estación de omnibus de Santa Cruz. Para mí todo había sido más feliz, empezando porque no era yo quien tenía que esperar, en esa ciudad enorme y calurosa, en medio del agite previo al fin de año. Desde la frontera le había mandado un mail dienciendo que llegaría a las seis de la tarde, y ahí estaba, paradita en la puerta de la terminal con todos mis bartulos. Apesar de que el bondi era una garcha, tuve la suerte de que cuando finalmente se rompió, ya estaba a dos cuadras de donde me tenía que encontrar con la otra linda. El encuentro fue -no podría haber sido de otra manera- emotivo: Lo - lo-gramos! Lo- lo-gramos!, gritamos abrazadas, y sin perder el tiempo nos tomamos un taxi, 50 km directo hasta Samaipata, el pueblito que Marilina había elegido para pasar año nuevo.Veníamos planeando el viaje desde mediados de septiembre, pero hasta último momento yo no sabía si iba a poder viajar. Marilina salía el 21 de diciembre en avión. Sobre la hora, el mismo día, yo le di el notición de que finalmente había conseguido alquilar mi departamento, o sea, la plata para poder estar fuera de Buenos Aires por tres meses, y que a más tardar en una semana la alcanzaría.
La noche del 31, lo único que se nos antojó fue charlotear y planear nuestro futuro cercano. Una rutina perfecta: por la mañana ejercicios de estiramientos, después del medio día cada una en la suya (mari sacando fotos y yo escribiendo) y a la hora del atardecer ensayo Linda-Linda.
Al día siguiente, el pueblo de estaba de festejo y nosotras, en otro plan. Nos habíamos dormido un rato después de media noche con menos de dos litros de paceña encima y levantado a las nueve para hacer el saludo al sol y desayunar. Ya habíamos almorzado y, Marilina, dormido la siesta. Estábamos lúcidas, enérgicas, casi listas para tocar. A eso le siguió el primer enfrentamiento con hippies.
-Chicos, no saben de alguien que nos pueda vender un poquito de porro.
-Uhhh, nooo, buenoooo, no sé. Nosotros tenemos algo pero...si quieren más tarde venganse con nosotros. Traigánse los instrumenotos, que allá hay otros locos que también están haciendo música. ¿Quieren colaborar con una moneda para el vino?
-No, la verdad es que queríamos comprar un poco para nosotras.
-Ahhh. Entonces no. Nosotros no la vendemos, la compartimos.
Mari había sido clara y rotunda; en mi opinión, un poco mala onda. Así que yo, insoportablemente conciliadora, intenté hacerles entender que era nuestro primer día, que hacía mucho que no nos veíamos y que necesitábamos ensayar, solas. Por supuesto no dio resultado y además de ganarme el odio de Marilina, por dar explicaciones, me tuve que bancar que esos rosarinos roñosos me llamaran "gringa".
Después de dar mil vueltas, conocimos un colombiano que nos dijo que tenía un amigo que no vendía pero que nos podía dar un poco, de onda. Con un poco de temor a encontrarnos con los hippies otra vez, seguimos al colombiano hasta el monte donde vivía su amigo, en una especie de iglú de paja y tierra rojisa. Un auténtico ermitaño, que sin pedir nada a cambio, nos facilitó una florcita y en silencio buda, rapidamente volvió a su cuevita de adobe. Fumamos durante un rato, de espaldas al pueblo; también nosotras, casi sin hablar.
Finalmente Marilina se decidió, abrió la valijita donde guarda el clarinete y nos pusimos a tocar. Seguido al tercer tema el ermitaño salió y se sentó sobre una piedra con la cara al sol. Antes de terminar el escaso repertorio que teníamos, improvisamos una versión de un clásico de Los doors, empalme Mañanas del Abasto, que nos mantuvo entretenidos todo el atardecer.
Arriba, de espaldas al pueblo empezaba a hacer frío. Bajó el sol, canturriamos, hasta casi verlo desaparecer.
Yo había pisado territorio boliviano un día antes, después de haberle hecho comer las uñas a Marilina durante seis horas en la estación de omnibus de Santa Cruz. Para mí todo había sido más feliz, empezando porque no era yo quien tenía que esperar, en esa ciudad enorme y calurosa, en medio del agite previo al fin de año. Desde la frontera le había mandado un mail dienciendo que llegaría a las seis de la tarde, y ahí estaba, paradita en la puerta de la terminal con todos mis bartulos. Apesar de que el bondi era una garcha, tuve la suerte de que cuando finalmente se rompió, ya estaba a dos cuadras de donde me tenía que encontrar con la otra linda. El encuentro fue -no podría haber sido de otra manera- emotivo: Lo - lo-gramos! Lo- lo-gramos!, gritamos abrazadas, y sin perder el tiempo nos tomamos un taxi, 50 km directo hasta Samaipata, el pueblito que Marilina había elegido para pasar año nuevo.Veníamos planeando el viaje desde mediados de septiembre, pero hasta último momento yo no sabía si iba a poder viajar. Marilina salía el 21 de diciembre en avión. Sobre la hora, el mismo día, yo le di el notición de que finalmente había conseguido alquilar mi departamento, o sea, la plata para poder estar fuera de Buenos Aires por tres meses, y que a más tardar en una semana la alcanzaría.
La noche del 31, lo único que se nos antojó fue charlotear y planear nuestro futuro cercano. Una rutina perfecta: por la mañana ejercicios de estiramientos, después del medio día cada una en la suya (mari sacando fotos y yo escribiendo) y a la hora del atardecer ensayo Linda-Linda.
Al día siguiente, el pueblo de estaba de festejo y nosotras, en otro plan. Nos habíamos dormido un rato después de media noche con menos de dos litros de paceña encima y levantado a las nueve para hacer el saludo al sol y desayunar. Ya habíamos almorzado y, Marilina, dormido la siesta. Estábamos lúcidas, enérgicas, casi listas para tocar. A eso le siguió el primer enfrentamiento con hippies.
-Chicos, no saben de alguien que nos pueda vender un poquito de porro.
-Uhhh, nooo, buenoooo, no sé. Nosotros tenemos algo pero...si quieren más tarde venganse con nosotros. Traigánse los instrumenotos, que allá hay otros locos que también están haciendo música. ¿Quieren colaborar con una moneda para el vino?
-No, la verdad es que queríamos comprar un poco para nosotras.
-Ahhh. Entonces no. Nosotros no la vendemos, la compartimos.
Mari había sido clara y rotunda; en mi opinión, un poco mala onda. Así que yo, insoportablemente conciliadora, intenté hacerles entender que era nuestro primer día, que hacía mucho que no nos veíamos y que necesitábamos ensayar, solas. Por supuesto no dio resultado y además de ganarme el odio de Marilina, por dar explicaciones, me tuve que bancar que esos rosarinos roñosos me llamaran "gringa".
Después de dar mil vueltas, conocimos un colombiano que nos dijo que tenía un amigo que no vendía pero que nos podía dar un poco, de onda. Con un poco de temor a encontrarnos con los hippies otra vez, seguimos al colombiano hasta el monte donde vivía su amigo, en una especie de iglú de paja y tierra rojisa. Un auténtico ermitaño, que sin pedir nada a cambio, nos facilitó una florcita y en silencio buda, rapidamente volvió a su cuevita de adobe. Fumamos durante un rato, de espaldas al pueblo; también nosotras, casi sin hablar.
Finalmente Marilina se decidió, abrió la valijita donde guarda el clarinete y nos pusimos a tocar. Seguido al tercer tema el ermitaño salió y se sentó sobre una piedra con la cara al sol. Antes de terminar el escaso repertorio que teníamos, improvisamos una versión de un clásico de Los doors, empalme Mañanas del Abasto, que nos mantuvo entretenidos todo el atardecer.
Arriba, de espaldas al pueblo empezaba a hacer frío. Bajó el sol, canturriamos, hasta casi verlo desaparecer.
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